Fue aquel Domingo que gracias a tu sonrisa borraste ese tono grisáceo que tanto me acompañaba en mis días, y qué decir de ti, alma libre, qué por mucho que huyeras dos besos después, siempre estabas ahí, preocupándote, haciendo de mi cementerio un jardín lleno de flores preciosas y esbeltas, que yo nunca pretendí cortarte las alas, ni mojártelas, que yo solo quería verte libre, libre, pero un poquito a mi lado, que se de sobra que esto que te cuento no es una historia de amor, por eso lo llamaré, mi historia. Que me encantaba estar de borrachera hasta las tantas y hablar contigo al mismo tiempo, que me encantaba que me pasarás fotos tuyas, que me encantaba cada puto momento en que hablábamos, aunque me matara al mismo tiempo, dos sensaciones contradictorias, pero bonitas, muerte y vida al mismo tiempo, que aunque fuera en la distancia, te sentía cercana, tan cercana que si se pudiera te hubiera sacado de mi mente las 170 noches en las que pensaba en ti, que después de esto seguirán siendo más las noches en las que revivas en mi cabeza. Que siempre me acuerdo del olor de tu pelo, del color de tus gafas, y de todas las veces que te contaba cada poro a base de besos, que me hubiera gustado saberme mejor de memoria el camino que llevaba desde tus labios hasta tú bajo ombligo. Y qué decir de tus abrazos, capaces de revivir hasta estos sentimientos encogidos de tanto frío. Que quizás todo esto fuera un suicido, pero fue mi suicidio, y fue un gusto suicidarme sobre esa sonrisa capaz de parar guerras. Que amaba cuando me pasabas poemas, poemas de esos que se me clavaban como estacas en mi alma, ya me entiendes. Que era bonito cuando llegabas y entrelazábamos las manos, o cuanto los semáforos estaban en rojo y nos robábamos un beso, que como ya te he dicho anteriormente esta es mi historia, que quizás no le encuentres sentido a todo esto, que quizás esto no haya sino nada, un simple lío, o como lo quieras llamar, que quizás no haya sido amor, pero sea lo que haya sido, fue bonito. Que ahora solo queda lo de siempre, beber para sentirme mejor, y escribir para curarme el alma, que quizás no te creas ni entiendas todo esto, pero no hace falta entenderlo, solo vivirlo, y yo soy el que lo vivió. Que podré tener miles de errores de ortografía en mi vida, pero se de sobra que esto no fue un error. Creo que ni una periodista lo hubiera contado mejor, y si no es así, se ha intentado, como todo esto, ahora solo queda este silencio amargo y este nudo en la garganta que ni con absenta se va.
Y es que te debo tanto que ni con toda la tristeza que he ido acumulando a lo largo de mi vida podría pagarte.